domingo, 10 de diciembre de 2017

Reseña: "El Paraíso en la otra esquina", de Mario Vargas Llosa

El Paraíso en la otra esquina”, es una novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa, publicada en marzo de 2003.

Tercera vez que tengo el gusto de leer y reseñar una obra de este hombre y es una dicha el que la satisfacción siga en línea recta, sin defraudarme aún; empero, no supera a mi última obra leída de él: La casa verde. Aunque, como mi fin no es compararla con esta última ni que la supere, me limitaré a expresar que fue una buena elección y me satisfizo mucho.
Esta novela consta de dos historias paralelas: por un lado se nos narra la historia de Flora Tristán y por el otro, el de su nieto, Paul Gauguin. Ambos son personajes históricos y el escritor busca que los sucesos literarios sean leales a la realidad. Flora es una mujer valiente, inteligente y líder admirable; en el libro se nos muestra su constante lucha por la defensa de los derechos de las mujeres y los obreros, en medio de una época en la cual las mujeres no reinaban en lugar más allá del hogar y de la subordinación machista, y de la ingratitud burgués con los obreros mal pagados, los cuales, además, no se preocupan por defender sus derechos. Y es Flora quien se esfuerza por esto, de despertarlos y ver la injusticia en la que viven, aunque su libertad, orgullo o fama dependan de ello. Una mujer digna de ser recordada y apreciada, debido a sus hechos precursores del feminismo y el socialismo. Curiosamente, yo no sabía de su existencia sino hasta esta lectura.
Del otro lado, Paul Gauguin es un pintor que no descubre su arte y condición de humano sino hasta después de los treinta. Pues es a esa edad que se comienza a interesar por él y huye de esa cotidianidad de la clase alta. Abandona su trabajo en la bolsa de valores –y en cadena, también a su esposa–, para dedicarse a ese sueño tardío de explorar su pintura. Para ello, abandona esa condición de vida noble que lo retiene de explayar su alma como en verdad le gustaría que fuese, alejado de esas normas morales llenas de prohibiciones, pecados y señalaciones. Pasa de ser, como él lo dice, un rico a ser “un salvaje”. Se mantendrá viviendo en Tahití y ciertas islas de occidente, rodeado por comunidades indígenas, las cuales el cristianismo aún no logra despojar de sus costumbres salvajes e impuras donde pululan dioses y ritos donde la libertad florece, tanto en el sexo como en las emociones. Y es esta vida sin atenerse a opresivas morales, que hacen que Paul quiera reflejar su ser y pasiones en su arte.
En el libro hay numerosas escenas sexuales, las cuales, pese a no ser tan minuciosas, logran describir la pasión vivida en esos instantes. Y hablando de ello, el sexo y la homosexualidad es uno de los temas que alcanza a rozar el libro, junto al catolicismo que, desde la perspectiva de los protagonistas, es una doctrina que nos retienen de la libertad y nuestros ideales. Esto además de, claro, la profunda crítica a la injusticia, tanto desde los ojos de Flora Tristán, enfocándose en el feminismo y socialismo y desde los ojos de  Paul Gauguin, en cuanto a las pasiones y el arte.
Gracias a esta obra podemos sentir lo mismo que sintió Paul cuando pintó diversos cuadros que, más allá de su estética, guardan un valor simbólico que se nos desvela conmovedoramente; y lo mismo que sintió Flora Tristán ante su lacerado marido, quien quiso matarle e hizo que repudiara el sexo y se viese imposible de amar a un hombre.
Aquí, Mario Vargas Llosa, maneja una prosa emotiva, que nos hace acompañar a estas figuras en sus momentos más difíciles, transmitiéndonos esos nervios, miedos y desesperaciones vividos por dos personas hace años. Es imposible no envolverse en esta trama tras cada capítulo, donde somos testigos de cada suceso. Me hizo estar atento a cada palabra, en especial en las últimas líneas, donde ese paraíso y esas biografías más irradiaban, a punto de acercarse al punto que indicaba el final.
En la novela se hacen referencias a ciertos personajes históricos más –a veces hasta entran a participar en la historia–, tales como Karl Marx o  Vincent van Gogh. En el caso de este último, no se le llama por su apellido, si no por su nombre y por cierto apodo el cual no desvelaré, para que sea el lector quien lo descubre; le será fácil, porque además se usan frases reales que van Gogh dijo sobre la obra de Gauguin.

Cada uno, pese a sus diferencias y lejanías, tanto cronológicas como cualitativas, conservan coincidencias: la lucha por ese paraíso en el cual se vislumbran sus deseos en esta vida, sin aguardar a encontrarlos al morir. Cada uno defiende hasta la muerte sus utopías, las cuales les impulsan a seguir. Por una parte, Flora lucha por la extinción de la injusticia con las mujeres y los obreros, y por el otro, Paul busca la perfección de su arte en el cual se refleje su vida, pero antes de ello, consiguiendo una vida la cual le satisfaga, en medio de esa comunidad indígena; cada uno es feliz a su manera, tanto Flora como Paul. 
Y precisamente este el argumento central de la obra. El ideal humano perfecto; la utopía; esos sueños que luchamos por realizar, mostrándonos que requerimos de esas idealizaciones, a pesar de las fatalidades, conmoviéndonos a través de las letras que muestran el brego de ambos personajes.
Me hacen falta palabras para terminar de expresarme sobre esta novela. Pese a su tamaño, lo leí rápido, gracias a la prosa e historia que me retenían de descansar y dejar a la espera el desenlace de aquellas dos vidas, las cuales, aunque lejanas, coinciden en aquella utopía característica de los humanos.  

viernes, 1 de diciembre de 2017

Crítica: "En pie de guerra", de Carlos Cuauhtémoc Sánchez

En pie de guerra” es un libro publicado en 2006 por el autor mexicano Carlos Cuauhtémoc Sánchez, perteneciente a la saga “Sangre de Campeón”.

Desde mis inicios en el institutos nos han impuestos libros de Carlos Cuauhtémoc, en los cuales se nos prometían novelas emocionantes, cargadas de valores y enseñanzas, donde, a la hora de hablar de estos, se mencionaba mil veces más las “enseñanzas” antes que los otros factores igualmente importantes como la trama, el desarrollo de la historia, la prosa, la narración, los personajes… eclipsando la ética a la estética. ¿Y esto por qué? Porque cada uno de los libros de la saga de Sangre de Campeón, lo único en lo que buscan resaltar, es en las moralejas “bonitas”, puesto que carecen de todo lo demás –e inclusive, las enseñanzas que se buscan a dar no es que sean hechas de forma ingeniosa o muy sinceras…  
En esta ocasión me han dejado a leer un nuevo libro de este señor –que por suerte es el último que me impondrán de él–. Gracias a esto les presento esta crítica. En el momento en que lo tuve en mis manos, debido a que el año anterior tuve que leer “Un grito desesperado” (el título describe perfecto cómo quedé al leerlo), pensé en malas expectativas. Y sin embargo, decidí  olvidarme de ello y solo adentrarme a mi tarea, pensando hasta en hablar de él al acabarlo.
La historia es acerca de la vida de Felipe y cómo se enfrenta a las drogas día a día, rodeándoles estas siempre sin percatarse. Y hablando de Felipe, es puntual comenzar diciendo que, los personajes, incluyendo al propio Felipe, ¡son capaces de acumular información aprendida de memoria! Esto porque son personajes difíciles de creer, los cuales en verdad carecen de notabilidad o por lo menos de personalidad. Y en el momento en que empiezan a hablar sobre las drogas, es mucho peor; en ese instante pareciera que, en lugar de ser una persona contándole a la otra, fuese una computadora recitando un texto de Wikipedia o El rincón del vago.
Al ser run libro cuyo fin principal es tocar un tema específico, de forma educativa, y hacer que los lectores se interesen y adentren a él, debería de cuidar que las partes en las que empieza a abordar dicho tema, no se haga tedioso o se perdiese esa conexión lograda por quienes hablan y pase a parecer un aburrido documental. En pie de guerra cae en este error. Libros con esta misma forma como “El mundo de Sofía”, si bien es cierto que se explayan mucho sobre la información, por lo menos durante dicha exposición de conocimientos, no se siente tan densa la cátedra. Pero Cuauhtémoc, al parecer nunca leyó obras de ese estilo. A veces la catedra sobre las sustancias psicoactivas no encaja con el momento, tornándose incomoda.  
Incluso, cómo es posible que mientras una niña se esté muriendo por sobredosis, el doctor, en lugar de estar pendiente a su trabajo y a los afectados, se empeñe en tomarse largos minutos para hablar extensamente de una droga, como si tuviese al frente eruditos que no les importa la salud de la muchacha, sino aprender sobre las drogas; y encima, quienes le oyen, en vez de reaccionar nerviosos y aterrados tras cada palabra agobiante, volcán toda su atención sin inmutarse y cuando llega la hora de reaccionar, el narrador describe unas cuantas preocupaciones inverosímiles apenas. Además, en otro capítulo, a la prima de Felipe, Itzel, la piropea un sujeto que se sospecha de ser responsable de haber drogado a la jovencita que se moría, y el tío, en lugar de demostrar inquietud o cólera, como haría cualquier caballero u hombre irracional, casi ni reacciona.
La narración es pobre. Está en primera persona, siendo Felipe el encargado de ello y aun así, por momentos se siente como si fuera un narrador omnisciente en tercera persona, pareciendo que quien escribió no tuviese experiencia en la escritura, por tal ambigüedad fácilmente evadible que genera. Los eventos y giros suceden raudos. Por ejemplo, en el mismo día en que a Felipe casi se mete en un problema, porque encontraron en su casillero drogas, la chica que lo defiende, a la salida le invita a una fiesta, y en la siguiente página ya se encontraban bailando. Y lo peor es que dicha chica, llamada Jennifer, le confiesa a Felipe que está enamorada de él. Pero… ¡ese amor no se lo cree ni cupido enguayabado! En lugar de tomarse un tiempo para hablar de ese romance y cómo esos sentimientos fueron germinando en el corazón de los dos adolescentes, o dar una introducción sobre esto, para hacer más creíble o enganchar y crear más apego por esa relación, ya que no termina de convencer, el autor decide limitarse a contar cuando esta le dice que le ama y cuando él nos confiesa que siempre la había amado –expresado de forma simple, que no trasmite nada.   
Y no es solo en ese amorío pobre que ocurre; durante todo el desarrollo la prosa carece de descripciones que logren hacer afable las palabras.  
Otro defecto yacente en la obra es cierto grado de petulancia y discriminación hacia grupos como los emos, darks y metaleros. En una parte, mientras Felipe caminaba por una calle llena de puestos de este tipo, asustado, hace el siguiente comentario al narrar:
“Procuro calmarme y pensar que se trata solo de jóvenes comunes y corrientes.”
A ver… Aunque hagan actos extrovertidos o cosas que resulten llamativas o raras, eso no quiere decir que sean alienígenas provenientes de alguna estrella mórbida a años luz de distancia cuya cultura resulta tan alejada de la humana. También, Cuauhtémoc, al describir a los metaleros, no pudo haber encontrado otra forma más patética e ignorante, diciendo que son sujetos que siempre andan con camisas de bandas de metal y que “escuchan  Thrash metal, Death metal y todo lo que termine en metal”. ¡Por favor, qué pedazo de descripción acerca de una persona que escuche Metal! Esperen… ¿que los metaleros también pueden vestir con ropas que no sean negras y esta es una forma muy banal y anticuada de referirse a ello, notándose que se es un desinformado prejuicioso? ¡Pues claro, señor Carlos Cuauhtémoc!  
Y como si no fuese suficiente, faltan los dos últimos puntos negativos a nombrar; la cereza en el pastel. A partir de este punto se presentan spoilers que podrían arruinar la experiencia para quienes deseen leerse por su cuenta el libro, así que recomiendo, si no desean saber ciertos aspectos finales, detenerse aquí e ir hasta los renglones concluyentes.  
El desenlace es un pobre cliché. Es el típico caso en el cual la niñita inocente, que no mataría ni una mosca, termina siendo la autora intelectual del crimen, acompañada de otra trivialidad: lo hizo porque estaba enamorada del protagonista; siempre lo estuvo, mas él ni siquiera sabía que existía, y por ello, llena de celos y enojo, debía matar a la competencia, la mujer que era dueña del corazón de su “crush”, porque le guardaba envidia, ya que era lo que ella quería ser y además tenía el corazón de Felipe.  
Y en la cima se encuentra que, diversos sucesos se resuelven de manera sencilla. Desarrollo de casos innecesarios que aunque aporten información, no tienen una justificación de ser. Es decir: Deus ex machina. Y si bien, es cierto que hay escritores que usan este recurso, al menos algunos lo hacen de forma entendible o perdonable, como es el caso de algunos griegos (Eurípides, Sófocles…). Pero en el caso de Carlos Cuauhtémoc, el descarado recurre mucho a él. Hasta para cerrar el basurero. Al final, Felipe está a punto de ahogarse, porque cayó al agua borracho (vaya idiota donde hubiese muerto así; aunque hubiese sido hasta un mejor final eso), de la nada llega un ángel llamado Ivi (literalmente, tal cual, un ángel) y le sermonea acerca de alcohol y su estupidez, salvándole la vida. Este ángel es un personaje que aparece en el primer libro de la saga: “Sangre de campeón”, por lo cual para quienes no lo hayan leído se les tornará sumamente raro e inexplicable. Esto da la impresión de que la obra no lograse sustentarse por sí misma sin recurrir a personajes olvidados de tres libros atrás. Pareciera que al escribir ese capítulo, el autor estuviese desesperado por encontrarle salvación a su personaje y recuerda que tiene un ángel; sirviendo Ivi de “Deus ex machina”.

Cuando estás a punto de ahogarte, pero te salva
el ángel que conociste años antes.

Oh, y la moraleja, ese aspecto positivo que los fanáticos de la saga idolatran, en realidad, no es tan buena, ya que, si bien dice que no consumamos drogas (pero, eso es algo que hasta un violador podría decir y nadie le aplaude), la forma en que lo da a entender, es de una forma muy radical, en el sentido que prohíbe de forma severa hasta el alcohol y las bebidas energéticas, como si fuesen el mayor pecado realizable por un humano. El mismo Felipe lo dice, al prometer que nunca tocará siquiera aun mínima gota de cebada: “Y eso jamás cambiará…”. Ello, acompañado de la notable religiosidad extremista. No he dicho que la religión esté mal, si no que cuando se dice de forma tan radical, al igual que cada cosa en la vida, resulta ofensivo e incómodo.  

No obstante, no todo es malo. Entre los aspectos positivos del libro están:
…. Que es el último libro de la saga que escribe este man :v (Okno).
En realidad, entre las cosas que le darían puntos, en la cima se posa su tema: las drogas. Es un tema amplio y del cual se le debe hablar a los jóvenes; es cierto. Aun así, no es tampoco un manual implacable y minucioso sobre ellas, como lo quieren dar a vender las editoriales y el propio creador, cuando dice que su libro “no puede faltar en tu biblioteca”. En lo personal, considero pedante el que un autor se exprese de su obra diciendo que es indispensable, puesto que en lugar de sentenciar afirmaciones narcisistas, debería permitir que fuese el lector mismo quien decidiese si obtenerlo o no –esto no implica que deba dudar entonces de su calidad, aunque en el caso de Cuauhtémoc… sí se debe dudar de su calidad, ya que no tiene tal cosa.
Pese a la ignominia expresada, debo admitir que la parte en que Felipe y su padre van a un centro de estudio de drogas y se topan con un muralista, es rescatable. El mural del pintor es ingenioso, debido a su creativa interpretación.    
Además, lo bueno es que al ser un libro sencillo de leer, sirve para adentrar a alguien en la lectura –pero habiendo mejores opciones–; El error está cuando se estancan en lecturas de este tipo.
Una obra simple, no muy trabajada más allá de la recopilación de información. No la recomendaría, salvo por su tema. No le daré ninguna calificación, puesto que esto no es una reseña; pretendo sí dar mi opinión de la obra, empero no en sentido calificativo sino, analizador y estructural. No obstante, creo que está muy claro que no me gustó –tampoco es que sea la peor cosa que haya leído.