“Apología de Sócrates”, es
una obra del filósofo Platón, encargada de narrar cierta
perspectiva de la defensa de Sócrates ante el tribunal ateniense, que le
acusaban de corromper a la juventud y no creer en los dioses griegos.
«Si creéis que matando a los
hombres evitaréis que alguien os reproche vuestra vida irregular, no razonáis
con rectitud. Pues vuestro comportamiento no es eficiente ni digno, y sólo hay
uno más bello y noble: tratar de que cada uno llegue a ser lo mejor posible. »
Sócrates, el filosofa probablemente
más importante para la historia de la filosofía en occidente, puesto que es
este quien consigue imponer un comienzo a esa racionalidad que se venía
presentando años antes por parte de sus antecesores, los llamados
presocráticos. Y este apelativo sirve para reiterar su importancia en el
tiempo. Es en esta obra que nos dirigimos a un periodo importantísimo de la
historia, donde verdaderamente la filosofía pasa a crear al primer eterno
Sócrates, puesto que es con este suceso, con su muerte, que nace el Sócrates eternizado
y aclamado por muchos que los eruditos conservan hasta hoy y conservarán hasta
el mañana lejano, sin que deje de causar interés, tanto su vida como sus
pensamientos, los cuales vendrían a ser lo mismo que su propia vida, puesto que
durante la defensa de su existencia, estaba también intentando salvaguardar su
razón, que era lo que le otorgaba vida y lo que se encargó de inmortalizar su
vida, la cual se fundió con los otros aspectos.
Leí este libro por vez primera a
mediados de este año, y ya que lo releí este mes en busca de cierta frase que
no había señalado, aprovecho para –además de volver a jactarme con sus páginas–,
hacerle una reseña a tal creación, digna de ser reseñada, estudiada, y
aplaudida.
La obra parte desde la propia voz
de Sócrates, quien desde el inicio domina audazmente el tema, buscando su
salvación; mas no humillándose ante sus acusadores, si no, demostrando con
razón por qué los cargos por los que se le señalan son insustanciales, llegando
hasta a dejar en ridícula las afirmaciones de sus acusadores, gracias a su construida
argumentación.
En este dialogo socrático, el
protagonista se expresa de una manera emotiva, donde se llega a sentir exaltada
la filosofía y la sabiduría, por la forma en que se refiere a ellas y da valor
de sus importancias. Además de ello, aparece aquí la célebre frase: “Solo sé,
que nada sé”, donde más que admitir su ignorancia para abrirse a la adquisición
del conocimiento, Sócrates responde a la incógnita que circundaba por el pueblo
sobre si él era el más sabio de los hombres.
Tal incógnita fue contestada en
afirmación por el oráculo de Delfos. Y como este –tenían la creencia los atenienses–
jamás se equivocaba, Sócrates se dio, curioso, a la tarea de hallarle
significada a tal premisa, puesto que no se consideraba tal cosa. Entonces
nuestro filosofo acude donde los hombres que se jactaban o señalaban como los
más sabios de Grecia, entre los que he de destacar a los poetas. Sócrates vio
que en realidad estos no eran tal cosa que decían ser y hasta los encontraba
inferiores en cuanto a cualidades cognoscentes. Y es entonces cuando por fin
interpreta lo dicho por el oráculo: él era más sabio que todos los otros que se
ufanaban de su saber, puesto que, pese a no saber mucho, era cognoscente de su
ignorancia y al aceptarla, esto le acercaba más al conocimiento en el sentido
que le permitía sobrepasar a aquellos pretencioso; por ende, era sí cognoscente
y sabio, ya que no negaba su desconocimiento. Y por ello termina diciendo “solo
sé que nada sé”. Aunque la frase en verdad es más larga, y esta que leemos es
una síntesis de la original, la cual es la siguiente:
“Este hombre, por una parte, cree
que sabe algo, mientras que no sabe [nada]. Por otra parte, yo, que igualmente
no sé [nada], tampoco creo [saber algo].”
Así, el filósofo logra
contradecir el argumento acusatorio, en un extenso discurso que consigue darle
la vuelta a la verosimilitud de las declaraciones. Pese a su prolongamiento,
esto es necesario para que su defensa sea hermética. Alguien le pregunta:
«¿No te avergüenza, Sócrates, el
que te veas metido en estos líos a causa de tu ocupación y que te está llevando
al extremo de hacer peligrar tu propia vida?»
A éstos les respondería, y muy
convencido por cierto:
«Te equivocas completamente, amigo mío, si crees que un hombre con un
mínimo de valentía debe estar preocupado por esos posibles riesgos de muerte
antes que por la honradez de sus acciones, preocupándose sólo por si son fruto
de un hombre justo o injusto. Pues, según tu razonamiento, habrían sido vidas
indignas las de aquellos semidioses que murieron en Troya, y principalmente el
hijo de la diosa Tetis, para quien contaba tan poco la muerte, si había que
vivir vergonzosamente, que llegó a despreciar tanto los peligros, que, deseando
ardientemente matar a Héctor para vengar la muerte de su amigo Patroclo, a su
madre, la diosa, que más o menos le decía: "Hijo mío, si vengas la muerte
de tu compañero Patroclo y matas a Héctor, tú mismo morirás, pues tu destino
está unido al suyo”. Después de oír esto, tuvo a bien poco a la muerte y el
peligro, temiendo mucho más el vivir cobardemente que el morir por vengar a un
amigo, replico: “Prefiero morir aquí mismo, después de haber castigado al asesino,
que seguir vivo, objeto de burlas y desprecios, siendo carga inútil de la
tierra, arrastrándome junto a las naves cóncavas”.»
Cabe aclarar que, esta no es una
obra que pretenda estudiar de forma minuciosa ciertos temas y filosofar a
profundidad, o ser un libro para ser analizado por eruditos que presumen de
comprender a Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Hegel… Pretende más bien, solo
enseñarnos una perspectiva sobre la condena injusta de Sócrates, más allá de
las cualidades que el lector le encuentre desde su subjetividad. De hecho, su
comprensión no es lidiosa y es de esos libros por los cuales se puede comenzar
a leer directamente a los filósofos –en este caso, a Platón.
En el libro se habla constante de
la sabiduría, la muerte... Al Sócrates estar expuesto a una condena de muerte,
este se da a la tarea de expresar su tranquilidad ante la idea del más allá,
puesto que para él, temerle a la muerte sin conocerla, es presumir de conocer
algo que se desconoce. Y ya que no tiene pruebas de si es mala o buena, no se
inmuta ante el pánico; la vislumbra con entusiasmo y optimista, creyendo que
encontrará la respuesta al enigma que turba a muchos: ¿qué ocurre al morir?
Esta pasión por el conocimiento que sobrepasa los temores, por medio de la
curiosidad digna de un científico y filósofo, sumadas a la defensa del valor de
la filosofía y de la sabiduría, expresados de forma serena y clara, hacen de la
Apología
de Sócrates una obra emotiva y afable que brinda perspectivas sobre
estos temas, capaz de anidar esa sensación de asombro y reflexión en el lector.