“El Paraíso en la otra esquina”,
es una novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa, publicada en
marzo de 2003.
Tercera vez que tengo el gusto de
leer y reseñar una obra de este hombre y es una dicha el que la satisfacción
siga en línea recta, sin defraudarme aún; empero, no supera a mi última obra
leída de él: La casa verde. Aunque, como mi fin no es compararla con esta
última ni que la supere, me limitaré a expresar que fue una buena elección y me
satisfizo mucho.
Esta novela consta de dos historias
paralelas: por un lado se nos narra la historia de Flora Tristán y por el otro, el de su nieto, Paul Gauguin. Ambos son
personajes históricos y el escritor busca que los sucesos literarios sean
leales a la realidad. Flora es una mujer valiente, inteligente y líder admirable;
en el libro se nos muestra su constante lucha por la defensa de los derechos de
las mujeres y los obreros, en medio de una época en la cual las mujeres no
reinaban en lugar más allá del hogar y de la subordinación machista, y de la ingratitud
burgués con los obreros mal pagados, los cuales, además, no se preocupan por
defender sus derechos. Y es Flora quien se esfuerza por esto, de despertarlos y
ver la injusticia en la que viven, aunque su libertad, orgullo o fama dependan
de ello. Una mujer digna de ser recordada y apreciada, debido a sus hechos
precursores del feminismo y el socialismo. Curiosamente, yo no sabía de su
existencia sino hasta esta lectura.
Del otro lado, Paul Gauguin es un
pintor que no descubre su arte y condición de humano sino hasta después de los
treinta. Pues es a esa edad que se comienza a interesar por él y huye de esa
cotidianidad de la clase alta. Abandona su trabajo en la bolsa de valores –y en
cadena, también a su esposa–, para dedicarse a ese sueño tardío de explorar su
pintura. Para ello, abandona esa condición de vida noble que lo retiene de
explayar su alma como en verdad le gustaría que fuese, alejado de esas normas
morales llenas de prohibiciones, pecados y señalaciones. Pasa de ser, como él
lo dice, un rico a ser “un salvaje”. Se mantendrá viviendo en Tahití y ciertas
islas de occidente, rodeado por comunidades indígenas, las cuales el
cristianismo aún no logra despojar de sus costumbres salvajes e impuras donde
pululan dioses y ritos donde la libertad florece, tanto en el sexo como en las
emociones. Y es esta vida sin atenerse a opresivas morales, que hacen que Paul
quiera reflejar su ser y pasiones en su arte.
En el libro hay numerosas escenas
sexuales, las cuales, pese a no ser tan minuciosas, logran describir la pasión
vivida en esos instantes. Y hablando de ello, el sexo y la homosexualidad es
uno de los temas que alcanza a rozar el libro, junto al catolicismo que, desde
la perspectiva de los protagonistas, es una doctrina que nos retienen de la
libertad y nuestros ideales. Esto además de, claro, la profunda crítica a la
injusticia, tanto desde los ojos de Flora Tristán, enfocándose en el feminismo
y socialismo y desde los ojos de Paul
Gauguin, en cuanto a las pasiones y el arte.
Gracias a esta obra podemos
sentir lo mismo que sintió Paul cuando pintó diversos cuadros que, más allá de
su estética, guardan un valor simbólico que se nos desvela conmovedoramente; y
lo mismo que sintió Flora Tristán ante su lacerado marido, quien quiso matarle
e hizo que repudiara el sexo y se viese imposible de amar a un hombre.
Aquí, Mario Vargas Llosa, maneja
una prosa emotiva, que nos hace acompañar a estas figuras en sus momentos más
difíciles, transmitiéndonos esos nervios, miedos y desesperaciones vividos por
dos personas hace años. Es imposible no envolverse en esta trama tras cada
capítulo, donde somos testigos de cada suceso. Me hizo estar atento a cada
palabra, en especial en las últimas líneas, donde ese paraíso y esas biografías
más irradiaban, a punto de acercarse al punto que indicaba el final.
En la novela se hacen referencias
a ciertos personajes históricos más –a veces hasta entran a participar en la
historia–, tales como Karl Marx o Vincent
van Gogh. En el caso de este último, no se le llama por su apellido, si no por
su nombre y por cierto apodo el cual no desvelaré, para que sea el lector quien
lo descubre; le será fácil, porque además se usan frases reales que van Gogh
dijo sobre la obra de Gauguin.
Cada uno, pese a sus diferencias
y lejanías, tanto cronológicas como cualitativas, conservan coincidencias: la
lucha por ese paraíso en el cual se vislumbran sus deseos en esta vida, sin
aguardar a encontrarlos al morir. Cada uno defiende hasta la muerte sus
utopías, las cuales les impulsan a seguir. Por una parte, Flora lucha por la
extinción de la injusticia con las mujeres y los obreros, y por el otro, Paul
busca la perfección de su arte en el cual se refleje su vida, pero antes de
ello, consiguiendo una vida la cual le satisfaga, en medio de esa comunidad
indígena; cada uno es feliz a su manera, tanto Flora como Paul.
Y precisamente este el argumento
central de la obra. El ideal humano perfecto; la utopía; esos sueños que
luchamos por realizar, mostrándonos que requerimos de esas idealizaciones, a
pesar de las fatalidades, conmoviéndonos a través de las letras que muestran el
brego de ambos personajes.
Me hacen falta palabras para
terminar de expresarme sobre esta novela. Pese a su tamaño, lo leí rápido,
gracias a la prosa e historia que me retenían de descansar y dejar a la espera
el desenlace de aquellas dos vidas, las cuales, aunque lejanas, coinciden en
aquella utopía característica de los humanos.